domingo, 18 de abril de 2010

El último crimen de Stalin

René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) – Hace unos días la opinión pública mundial se estremeció con la noticia del accidente de aviación en el que perdieron la vida el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, su esposa y los miembros de una delegación de alto nivel.
Según las escuetas informaciones de la prensa oficialista cubana, el hecho tuvo lugar en los accesos a la ciudad rusa de Smolénsk, en cuyo aeropuerto, en medio de una intensa niebla, pretendía aterrizar la aeronave presidencial.

Aunque se evalúan también otras posibilidades, los primeros resultados de las investigaciones apuntan hacia un error del piloto, el cual, a pesar de habérsele sugerido que se dirigiera a otro sitio, insistió en tomar tierra en Smolénsk.

Confieso que, al enterarme del luctuoso suceso, me pregunté qué iban a buscar el Presidente polaco y su comitiva en esa ciudad provincial perdida en las estepas rusas. La censurada información oficialista no satisfacía mi inquietud.

Después, a través de la prensa extranjera, supe que los altos dignatarios se dirigían al tristemente célebre bosque de Katyn, en el cual, setenta años atrás, la policía política soviética, por órdenes del tirano José Stalin, exterminó a miles de polacos.
El primero de septiembre de 1939 las tropas hitlerianas, sin previa declaración de guerra, invadieron la República de Polonia. Los patriotas de la nación católica eslava, pese a la desproporción de fuerzas, asombraron al mundo con su épica resistencia.

Al cabo de un par de semanas, mientras los polacos peleaban heroicamente por contener la invasión nazi, el Ejército Rojo, también sin previa advertencia, invadió el país por el este. Los seguidores de Stalin actuaban amparados en el Pacto Molotov-Ribbentrop, suscrito semanas antes, y que permitía a Hitler y Stalin repartirse el viejo continente.

En Polonia, el ataque a traición condujo al encarcelamiento de miles de oficiales, prisioneros de guerra de las tropas soviéticas. Meses después llegó del Kremlin la orden: “¡Extermínenlos!”. Los comunistas la cumplieron al pie de la letra en el bosque de Katyn.

Cuando las tropas alemanas, en su avance hacia Moscú, llegaron al fatídico lugar y descubrieron las fosas comunes, convocaron a representantes de la opinión pública mundial como testigos de la carnicería.

Los discípulos de Stalin, demostrando una vez más que su cinismo no conoce límites, afirmaron que los autores de la matanza habían sido los propios nazis. Esta mentira fue repetida durante décadas, y sólo en tiempos de Gorbachov, iniciada ya la Glasnost, algunos órganos de prensa soviéticos empezaron a reconocer la verdad.

Era justo y necesario que las autoridades de la gran Polonia —libre ya de las cadenas rojas— acudieran en peregrinación al bosque de la infamia। Me explico ahora la insistencia del piloto en aterrizar en Smolénsk y no en otro sitio. ¡En pleno Siglo XXI Stalin sigue asesinando!

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